Siempre amé la naturaleza, pero no empecé mi primer huerto hasta cumplidos mis 28 años. No sabía por donde empezar, comencé poniendo en práctica lo que las personas de campo me aconsejaban. Lo convencional. Pero luego de un tiempo, apasionado por lo que hacía comencé a aprender por mi cuenta y hacer las cosas diferente. Mucho más conectadas con la naturaleza. 

Tuve una visión y con ella una certeza: Lograr que los vegetales que producía fueran gigantes. Ello me llevó a investigar, a viajar, leí sobre biología, microbiología, hice cursos con eminencias en el tema como Jairo Restrepo, Nacho Simón, conocí a amantes del huerto que tienen resultados increíbles y sabiduría infinita como Phillipe Vowles en Gales y JJ Paniagua en Costa Rica. Hasta fui a Findhorn, una comunidad en Escocia que data de 1960 y tuve el honor de conocer a una de sus fundadoras Dorothy Maclean.

Durante más de 15 años hice muchos experimentos y probé distintas maneras de cultivo, todo lo puse en práctica en un hermoso rincón de las sierras de Córdoba en Capilla del Monte. 

Tuve muchos éxitos y muchos fracasos, pero lo que marcó la diferencia no estaba en los textos que había leído.  Bueno, puede que hubiera algunas pistas en " La vida secreta de las plantas" o en las experiencias de los fundadores de Findhorn. 

Lo que marcó la diferencia es LA VIDA. El hacerme presente en cada momento mientras con mis plantas.

Escucharlas, entenderlas. 

Por un lado la conexión que nosotros tenemos con la naturaleza. Por otro lado la magia de la conexión que hay entre los elementos de la naturaleza. La inteligencia que muchas veces el mundo actual olvida.